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La realidad que generalmente no vemos, en nuestra Buenos Aires de todos los días

Esos ojitos me miraron y no pude evitar entristecerme, en por la realidad que les había tocado vivir. Ella caminaba con una pesada bolsa a sus espaldas, debería tener unos 14 años, y su hermano unos 10, ambos detrás de su madre que estaba unos pasos por delante revisando las bolsas de un árbol que se encontraba a sólo unos metros nuestro. Y sentí dolor, mucho dolor, por su pequeña espalda cargando un gran peso, por su carita cuando la levantaba y le costaba horrores hacerlo. Pensé que hacía mucho frío, que podría enfermarse, que me sentía afortunado por las cosas que tenía y con la familia que me había tocado nacer. Y no porque la familia de ella fuera mejor o peor que la mía, simplemente pensaba en que yo volvía de trabajar y que entraba a mi casa y dejaba mis cosas para ver a mis seres queridos. Que íbamos a sentarnos a tomar mate, o quizás charlar unas palabras o ver un rato de tele. No importaba todo aquello. Simplemente no podía sacarme de la cabeza que ellos iban a seguir caminando, buscando comida, o todos los residuos que nosotros tiramos para poder venderlos y conseguir un plato de comida.
Me hubiera encantado ayudarlos, extenderles mi mano, tratar de evitar por un rato el sufrimiento que me imaginé que yo sentiría en su situación y me indigné. Porque se me pasó por la cabeza la posibilidad de invitarlos a pasar a casa y que tomaran una taza de alguna infusión caliente, pero después consideré que era una mala idea, que no podía irrumpir en mi casa con tres desconocidos y sin explicarle nada a nadie. Por otro lado me asaltó un dejo de dudas sobre la seguridad que esa acción acarreaba con respecto a mi familia y a mi. Y me sentí mal por no poder darles una mano, imaginé que si hubiera estado en mi casa, los habría hecho pasar y hubiera contribuido por lo menos por un ratito a cambiar su rutina.

Comentarios

Anónimo dijo…
Es la primera vez que entro acá, y sólo pretendo una opinión sobre la situación que planteaste... Me parece que pensando que nada podemos hacer al ver familias enteras teniendo que revolver basura para poder comer ese día, y teniendo que vivir en la incertidumbre de no saber qué va a pasar cuando abran sus ojos al día siguiente, y sintiendo dolor al verlos, no logramos nada. Y dándoles una taza de algo caliente para tomar, sólo logramos sentirnos bien con nosotros mismos por haber "ayudado" al Otro. Dejemos eso para el Antiguo Régimen, para la caridad practicada por las damas de los estratos más altos de aquella época. Para cambiar las cosas, es preciso ver más allá, analizar qué estamos haciendo mal como sociedad al permitir que existan personas en condiciones diferentes en un mundo lleno de teorías sobre la igualdad de oportunidades. Para que dejen de ser simples teorías es necesario que tomemos conciencia de que no es natural que en un país que produce lo suficiente para 300 millones de personas, un altísimo porcentaje viva en situación de pobreza, de indigencia, y es preciso que hagamos cumplir sus derechos como personas, y dejar de lado el ego, los intereses propios, para poder ver que hay un Otro que merece que sus derechos sean cumplidos.

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