Esos ojitos me miraron y no pude evitar entristecerme, en por la realidad que les había tocado vivir. Ella caminaba con una pesada bolsa a sus espaldas, debería tener unos 14 años, y su hermano unos 10, ambos detrás de su madre que estaba unos pasos por delante revisando las bolsas de un árbol que se encontraba a sólo unos metros nuestro. Y sentí dolor, mucho dolor, por su pequeña espalda cargando un gran peso, por su carita cuando la levantaba y le costaba horrores hacerlo. Pensé que hacía mucho frío, que podría enfermarse, que me sentía afortunado por las cosas que tenía y con la familia que me había tocado nacer. Y no porque la familia de ella fuera mejor o peor que la mía, simplemente pensaba en que yo volvía de trabajar y que entraba a mi casa y dejaba mis cosas para ver a mis seres queridos. Que íbamos a sentarnos a tomar mate, o quizás charlar unas palabras o ver un rato de tele. No importaba todo aquello. Simplemente no podía sacarme de la cabeza que ellos iban a seguir caminando, buscando comida, o todos los residuos que nosotros tiramos para poder venderlos y conseguir un plato de comida.
Me hubiera encantado ayudarlos, extenderles mi mano, tratar de evitar por un rato el sufrimiento que me imaginé que yo sentiría en su situación y me indigné. Porque se me pasó por la cabeza la posibilidad de invitarlos a pasar a casa y que tomaran una taza de alguna infusión caliente, pero después consideré que era una mala idea, que no podía irrumpir en mi casa con tres desconocidos y sin explicarle nada a nadie. Por otro lado me asaltó un dejo de dudas sobre la seguridad que esa acción acarreaba con respecto a mi familia y a mi. Y me sentí mal por no poder darles una mano, imaginé que si hubiera estado en mi casa, los habría hecho pasar y hubiera contribuido por lo menos por un ratito a cambiar su rutina.
Me hubiera encantado ayudarlos, extenderles mi mano, tratar de evitar por un rato el sufrimiento que me imaginé que yo sentiría en su situación y me indigné. Porque se me pasó por la cabeza la posibilidad de invitarlos a pasar a casa y que tomaran una taza de alguna infusión caliente, pero después consideré que era una mala idea, que no podía irrumpir en mi casa con tres desconocidos y sin explicarle nada a nadie. Por otro lado me asaltó un dejo de dudas sobre la seguridad que esa acción acarreaba con respecto a mi familia y a mi. Y me sentí mal por no poder darles una mano, imaginé que si hubiera estado en mi casa, los habría hecho pasar y hubiera contribuido por lo menos por un ratito a cambiar su rutina.
Comentarios